Las
grandes 茅pocas de reforma en la Iglesia, tradicionalmente, han supuesto una
necesidad de profundizaci贸n a todos los niveles -no s贸lo desde el punto de
vista dogm谩tico- que han tenido como resultado la formulaci贸n, cuando no la
redefinici贸n, de los aspectos que hab铆an sido objeto de controversia. Esa
puesta en discusi贸n constante ha acompa帽ado siempre el navegar de la Barca de
Pedro, que ha visto como surg铆an aqu铆 y all谩 tempestades que la zarandeaban a
babor y a estribor, a veces sin m谩s motivo que la comprensi贸n err贸nea de un
criterio y otras, por qu茅 no decirlo, porque acaso su rumbo andaba algo
perdido. Fue el primer milenio el que vio florecer con mayor asiduidad las
interpretaciones equivocadas del dep贸sito de la Fe -las herej铆as como tales-
con toda probabilidad porque a煤n no hab铆a sido plenamente comprendida la
Revelaci贸n, quedando para el segundo milenio -y para este que ahora comenzamos-
los problemas que solemos calificar como cism谩ticos. Sin embargo, aunque no
vivamos ahora en un momento dorado de las herej铆as -probablemente porque desde
el Concilio de Trento el panorama cambi贸 completamente- s铆 lo es de la
recuperaci贸n de un esp铆ritu de necesario replanteamiento de determinadas
cuestiones, que acaso pod铆an parecer resueltas, pero que su presencia constante
en el imaginario popular nos hace ver que la eficacia de las explicaciones
dadas no ha sido tal. En este sentido, resulta interesante, a la luz de la
Historia, observar como jur铆dicamente fueron tratadas distintas cuestiones
disonantes que, en su momento, produjeron tensi贸n y aut茅ntica fatiga para la
Iglesia. Qu茅 duda cabe que la mayor muestra de oposici贸n a determinados
planteamientos realizados por la Iglesia es, sin duda, la herej铆a, pero la m谩s
c茅lebre forma de combatirla -la Inquisici贸n- momento m谩s oscuro de la historia
eclesi谩stica, no fue, ni mucho menos, la 煤nica, ni se puede atribuir al 谩mbito
can贸nico sus devastadoras consecuencias. As铆, en nuestro estudio plantearemos
c贸mo la Iglesia, en el primer milenio, incluso despu茅s del surgimiento de la
denostada instituci贸n, nunca abandon贸 el objetivo principal de su acci贸n, la
salus animarum, mostrando como se puede rastrear, mediante un an谩lisis de la
evoluci贸n hist贸rica de los mismos, que fueron tres los 谩mbitos sobre los que la
Iglesia plante贸 la lucha contra la herej铆a, correspondientes con su triple
funci贸n, cada uno adecuado a los tres niveles en los que impacta la actitud
her茅tica: uno preventivo, con la predicaci贸n para ense帽ar la verdad y para
remover las almas (munus docendi); otro sacramental, con importantes cambios en
lo referente a la confesi贸n (munus santificandi), encaminados a restituir a la
comuni贸n a aquellos que se han alejado y, por 煤ltimo, otro judicial, (munus
regendi), donde la autoridad intentaba en 煤ltimo extremo forzar esa contrici贸n
en el pecador. Adem谩s, en estas renovaciones emprendidas en los campos
sacramentales y formativos, unidos a las normas dictadas en materia de herej铆a,
veremos como la Iglesia poco a poco cobra conciencia de su propia identidad,
hasta ser capaz de dar una respuesta org谩nica al problema al convocarse el IV
concilio de Letr谩n (1215) que, recordemos, fue convocado para desarraigar
vicios, para corregir los excesos y la moral de la reforma, para eliminar las
herej铆as y fortalecer la fe del pueblo.